Notas de lectura de Luis Hernán Castañeda

Valle-Inclán: «Sonata de estío»

Posted in Modernismo by castanel2 on 03/04/2010

El argumento de la Sonata de estío es, en apariencia, sencillo, pero se va complicando hacia el final, que nos presenta un problema de interpretación. Podríamos describirlo como una historia de amor con tres fases definidas: la seducción, la separación y la reconciliación. Esta vez, acompañamos al Marqués de Bradomín, en sus años mozos, en un viaje marítimo que empieza en Londres y termina en las costas de México. El propósito de esta “romántica peregrinación”, que sin duda invoca el modelo de la conquista española de México en el siglo XVI, es olvidar “ciertos amores desgraciados”, de los que poco más se dice, pero también es la ocasión, como siempre que se trate del Marqués, de hallar un nuevo amor: el que desarrolla, apenas haberla visto, por una hermosa criolla llamada Niña Chole, a quien Bradomín decide seguir por todo el país, si es necesario, con tal de seducirla y hacerla suya. Muy pronto, al llegar al convento de las santiaguistas, logra su ansiado objetivo; entonces la Niña le revela que ella anda huyendo de su padre -y amante-, el general Bermúdez, un temible militar que sería capaz de matarlos a los dos si los sorprende juntos. Esta noticia, lejos de amedrentar al Marqués, estimula su sed de aventuras, y lo impulsa a proponerle a la Niña Chole que huyan juntos de las garras de su, ahora, común perseguidor. Al parecer el Marqués se haya inspirado después de haber dado muestra de su coraje, al defender, en el mismo convento, al famoso bandolero Juan Guzmán, jefe los míticos plateados, en un arranque quijotesco que le gana una reputación de valiente -en alguna medida socavada por el hecho de que la Niña tiene que ofrecerles dinero a los perseguidores de Guzmán, para que los dejen tranquilos y no maten al Marqués.

Al fin, los fogosos amantes se lanzan a la fuga por el desierto mexicano, un exótico escenario híper-estilizado al modo de los paisajes modernistas (hispanoamericanos) y de la literatura orientalista (el referente más claro sería Salambó de Flaubert). Sin embargo, como tenía que suceder, el padre de la Niña Chole los encuentra y, sin que el Marqués oponga ninguna resistencia, le arrebata a su querida prenda. Bradomín, golpeado pero estoico ante la pérdida de su amada, sigue rumbo hacia un palacio virreinal suyo, lamentándose en todo momento por la ausencia de Chole, pero sin demostrar el menor ánimo de recuperarla. Allí, en el palacio, mantiene un jocoso diálogo con un viejo mayordomo, veterano del carlismo, quien le revela su delirante proyecto político neo-imperalista: el mayordomo quiere aliarse con los plateados para luchar contra las fuerzas del estado-nación mexicano y, una vez derrotado, devolvérselo a su “legítimo dueño”, Carlos V. Bradomín, pese a que le tiene aprecio al legado imperial de su patria -aunque en un sentido muy distinto-, escucha al mayordomo con un dejo de burla y se va a acostar, quejándose todavía por la desaparición de Chole. Sin embargo, su nostalgia no durará mucho: la misma noche de su llegada, la Niña reaparece del modo más peregrino imaginable: en algún momento de la madrugada, las huestes de su padre, amante y raptor se han enfrentado con las fuerzas de unos bandoleros, los mismos bandidos plateados a cuyo líder Bradomín ha salvado de la muerte en el convento. Si bien los bandidos no logran derrotar a los militares, por lo menos los obligan a emprender la retirada, quedándose la Niña abandonada en medio del campo, en las cercanías de la propiedad del Marqués. Es así como los amantes se reencuentran y vuelven a gozar de la intensa pasión que los había unido desde un principio. Un último gesto que, a mi entender, da la pauta de la complejidad de este final es el hecho de que Bradomín siente la necesidad de perdonar a la Niña Chole por lo que considera una traición: sus constantes coqueteos con el príncipe ruso. Sin embargo, dentro del mismo código caballeresco y guerrero que marca la conducta del Marqués, ¿no fue una deslealtad y una cobardía el haber abandonado a su amada cuando Bermúdez la reclamó?

Me parece que la respuesta está en el hecho de que la Sonata de estío puede ser leída como una investigación de los vínculos entre la experiencia y la memoria, entre el presente y el pasado. Una paradoja inicia el relato: Bradomín viaja a México con la intención de huir de un recuerdo doloroso, el amor perdido de Lilí, de quien sólo sabemos que le ha sido infiel. No obstante esta intención declarada, lo cierto es que la aventura amorosa con la Niña Chole trae implícito el recuerdo de Lilí porque es una forma de re-vivirlo desplazadamente, en otro espacio y con otro cuerpo: si se habla de un viaje de “descubrimiento”, no se debe omitir la dimensión de “reconocimiento” inscrita en la travesía desde su inicio. Incluso podría afirmarse que el cuerpo de la Niña Chole suministra el teatro donde resurge el resto aislado, la ruina solitaria, de un gesto espectral, arrancado de una totalidad ausente, inalcanzable (el cuerpo de Lilí): la cita “Desengañado de aquella sonrisa que yo había visto y amado en otros labios, fui a sentarme en la popa” (50), sugiere que se trata de la misma sonrisa. Hay un punto espectral, de “aparición”, en “aquella sonrisa de Lilí que ahora se me aparecía en boca de otra mujer” (67). El propio Marqués describe su placer como “melancólico”; de alguna manera, experimentar es para él un modo de reinterpretar ciertos contenidos preexistentes en su memoria, espacioso almacén de lecturas literarias y de mitos históricos donde el legado del imperio ocupa el sitial de honor. ¿No podría plantearse entonces, para responder a la pregunta de por qué es Bradomín quien debe perdonar a Chole y no al revés, que dicho incongruente “perdón” está dirigido realmente a Lilí, la infiel, y no a la criolla mexicana que es su imagen resucitada en el presente? Me parece que esta respuesta, que parte de una definición particular de «melancolía» apuntada por Walter Benjamin, aporta una clave de lectura para entender el lugar del imperio en la Sonata de estío.    

Jesús Torrecilla sostiene que el viaje del Marqués puede ser entendido como un “viaje de recuperación”; una travesía cuyo fin es volver a poseer un objeto perdido: “Muy diferente es el caso de la Sonata de estío, donde una de las motivaciones básicas del viaje, según se verá, reside en el deseo de recuperar o repetir una realidad histórica caracterizada enfáticamente como propia” (40). Estaríamos hablando, entonces, de una re-conquista que se dramatiza en dos niveles. Al nivel de la aventura amorosa del Marqués, el objeto perdido que se desea recuperar es Lilí; en un plano político más amplio, se trata de recuperar el territorio mexicano para la corona española. Como ya sabemos, el personaje que encarna esta versión política de la “re-conquista” es el mayordomo, una figura tan risible y disparatada como su proyecto, que es representado como una fantasía cómica, a todas luces irrealizable. En otras palabras, el legado imperial demuestra su bancarrota en tanto mitología productora de realidades políticas nuevas; el imperio sobrevive como un eco degradado y espectral.

Sin embargo, en el universo de la subjetividad, parece que todavía es posible recurrir exitosamente a los tropos del discurso imperial, que sirven como herramientas útiles para modelar una experiencia individual de naturaleza “melancólica” y “performativa”. El arquetipo del conquistador, por ejemplo, se descubre como un modelo compatible con el donjuanismo, el quijotismo y el dandismo, las otras tres vertientes que configuran la subjetividad histriónica de Bradomín: añadir una cuarta dimensión a su compleja persona, a la “obra de arte de su yo”, es lo que hace el Marqués cuando actúa bajo el disfraz del conquistador. Su conducta nos demuestra que el prestigio del mito, transformado en ruina, sólo es válido y actualizable al nivel de la aventura personal. El yo individual puede servirse del mito en su biografía; sin embargo, el mito no funciona ya, en el mundo de la Sonata de estío, ni como esencia a-histórica ni como modelo para los destinos colectivos. Esta última posibilidad es objeto de múltiples ataques de ironía y parodia -una verdadera des-mitificación es lo que ocurre- que me encantaría poder revisar en un informe tan breve como éste.